Porfirio Barba Jacob

Canción de la noche diamantina

Musa solar con nardos irreales
el cielo niño del abril decora,
y... Éste era el huerto de una reina mora
y un lirio que la aurora aljofaró.
Pero mi corazón balbuce ante la aurora:
 
¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
 
El tiempo fluye, la ilusión dilata
su onda azul y en lo real confluye.
¡Noches de montesina serenata,
la lágrima, el deliquio y el “tú y yo”!
Pero mi corazón modula rima ingrata:
 
¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
 
La antorcha crepitante está en el viento,
y de siglos a siglos va encendida.
La muerte sopla su huracán violento,
y fulge más la antorcha de la vida.
¿Un niño en este instante los ojos no entreabrió?
Pero mi torvo corazón no olvida:
 
¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
 
Amor, por tu delicia y tu frecuencia,
por los valles letárgicos de la carne encantada
(de un humo azul la blándula almohada,
de un prócer vino la brumosa esencia)
sosiégase en la noche la frente conturbada,
y la alondra no canta todavía
ni mueve sus saetas el reló.
Pero mi corazón solloza en su alegría:
 
¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
 
Y al fin, quietud... El mortuorio túmulo,
loas lúgubres, flores, oro póstumo,
y en mármol negro el numen desolado.
Con sus manos violáceas, en la tarde riente,
ya mi ansiedad la muerte apaciguó.
Alguien diga en mi nombre, un día, vanamente:
 
¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
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