Country Dance, by Pierre-Auguste Renoir
Jaime Sabines

Los he visto en el cine

Los he visto en el cine,
frente a los teatros,
en los tranvías y en los parques,
los dedos y los ojos apretados.
Las muchachas ofrecen en las salas oscuras
sus senos a las manos
y abren la boca a la caricia húmeda
y separan los muslos para invisibles sátiros.
Los he visto quererse anticipadamente, adivinando
el goce que los vestidos cubren, el engaño
de la palabra tierna que desea,
el uno al otro extraño.
Es la flor que florece
en el día más largo,
el corazón que espera,
el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio.
 
Esa niña que hoy vi tenía catorce años,
a su lado sus padres le miraban la risa
igual que si ella se la hubiera robado.
 
Los he visto a menudo
—a ellos, a los enamorados—
en las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol,
encontrarse en la carne,
sellarse con los labios.
Y he visto el cielo negro
en el que no hay ni pájaros,
y estructuras de acero
y casa pobres, patios,
lugares olvidados.
Y ellos, constantes, tiemblan
se ponen en sus manos,
y el amor se sonríe, los mueve, les enseña,
igual que un viejo abuelo desengañado.

Todavía corrían los tranvías por las calles de la Ciudad de México. El poema se publicó en 1951, forma parte del libro “La señal”. Si el Poeta Jaime Sabines viviera en esta época (falleció en 1999) y hubiera escrito “Los he visto en el cine” en estos años, hablaría del “Metrobús” y el poema se comenzaría diciendo “Los he visto en el ‘Cinemex’”. Pero la intención de tan detallados versos sería la misma. Hay circunstancias que no cambiarán jamás mientras existamos como especie sobre el planeta. Ese “viejo abuelo desengañado” a quien llamamos “amor”, trabaja infatigable a pesar de su senectud. Cumple de manera diligente con su consigna de milenios: “¡Multiplícalos, encárgate de que proliferen para poblar la Tierra!” No sabemos con certeza el propósito de tan imperativa indicación, ni las funestas consecuencias para el laborioso “amor” si no cumpliera eficazmente sus funciones. Los griegos lo vieron en su laborioso empeño, lo llamaron “Eros”. Era un infante lleno de energía, con vertiginosas alitas, parecía un colibrí que revoloteaba en torno de los posibles amantes flechando sus pecho con singular alegría. Para la época en que Sabines lo encontró, ya era un anciano harto de volar; sus alas atrofiadas parecían jirones a la espalda de una vieja chaqueta. Pero tenía mucho más recursos técnicos para realizar sus labores, además de una infalible habilidad para burlar las vanas intentonas de los puritanos que nunca faltan en cualquier época y anhelan para el mundo el imperio tirano de la aburridísima castidad. Nacido en Chapas, a Jaime Sabines le toca escribir su poema en un ambiente urbano, muy lejos de su tierra. Sus escenarios le son extraños pero los despliega con destreza. A fin de cuentas ¿quién puede sentirse a sus anchas en esta selva de concreto? Lo mismo en la ciudad que en Berriozábal (uno de los territorios del Poeta) sobran lugares para amarse clandestinamente. Igual un callejón que una milpa son propicios para la travesura; toda incomodidad no hará más que intensificar la emoción de lo prohibido. ¡No hay norma que valga, la naturaleza se impone donde quiere!... o donde puede. Sin importar género, edad ni posición social. ¿Acaso se puede detener un huracán? ¡Igual de impetuosa es la indómita pubertad! Sólo recuerden una cosa Nínfulas y donceles: El sexo ahora, debe ser “enmicado”. “Si van a la fiesta, lleven globos”... ¡Sigamos dificultando las cosas al Viejo Eros!

El Poeta que nos reveló el mundo íntimo, pleno de magia que habitan "Los amorosos" que "se ponen a cantar ENTRE LABIOS una canción no aprendida y se van llorando, llorando la hermosa vida". Ahora nos muestra, con su claridad y eficacia poética acostumbrada, los preámbulos de esa dicha incomparable. Cines, teatros, tranvías (hubo alguna vez tranvías en la Ciudad de México), "lugares olvidados" son escenario propicio para las prácticas de vuelo, para las exploraciones del tacto intrépido. En el mejor de los casos, con cierta intimidad garantizada o a las prisas de la travesura, lograr que un lecho improvisado "flote como sobre un lago". Es el amor que predomina sobre la condición humana por más que han intentado frenarlo con bárbaras normatividades. En el poema de Sabines hay pubertos y "nínfulas" (¡Oh inolvidable Nabokov!) que tratan de abrirse paso por los caminos del instinto que no sabe de edades o condición social. ¡Las cosas por su nombre, así escribió siempre Jaime Sabines! Era Poeta y en sus palabras, los que ejercen ese oficio "no tienen el pudor necesario del silencio". Cuando la naturaleza se abre paso, ninguna ley humana la detiene. "Querer es poder". ¡Hey mochos, la noticia es que van perdiendo la batalla contra el supremo instinto!

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