Eva esbelta y alegre, dueña de locos ríos,
con tus ojos azules que vienen de muy lejos.
Ah, que hondamente tuyos son los silencios míos,
giratoria dulzura de otoños y de espejos...
Más allá de tus manos debe nacer la espuma,
ah, exactitud de entrega de tu mirada amiga.
No hay ausencia que reste lo que tu beso suma,
y es tuyo el aire de oro que madura la espiga.
Tu voz tiene un perfume de remotos idiomas,
y tu amor, como el agua, te ofreces y te evades.
De tu sonrisa aprenden blancuras palomas
y en tu gesto resurgen destruidas ciudades.
Ah, viajera del alba por la sed de tu nombre
cálido itinerario de nieve en el armiño;
hacen falta tus besos para que nazca el hombre
y para que muera complentamente el niño.
Y vendrán nuevos hombres y poblarán la tierra.
Ninguno de nosotros vivirá todavía.
Ah, remota hecatombe del espanto y del odio.
Seremos los abuelos del hombre de ojos tristes.
Sólo verán las ruinas de las altas ciudades.
Y ellos, los hombres nuevos, se encogerán de hombros.
Removerán las tumbas de la edad del olvido
y desdeñosamente mirarán nuestros huesos.
Y, sin embargo, entonces aun brillarán los astros.
Y seguirán corriendo los ríos todavía.
Y ellos, los nuevos hombres, inevitablemente,
suspirarán también por Eva.