Marchitas ya las juveniles flores,
nublado el sol de la esperanza mía,
hora tras hora cuento, y mi agonía
crecen y mi ansiedad y mis dolores.
Sobre terso cristal, ricos colores
pinta alegre, tal vez, mi fantasía,
cuando la dura realidad sombría
mancha el cristal y empaña sus fulgores.
Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
y gira en torno indiferente el mundo
y en torno gira indiferente el cielo.
A ti las quejas de mi mal profundo,
hermosa sin ventura, yo te envío.
Mis versos son tu corazón y el mío.
Alfredo Jiménez G.
8aLos ayeres consumidos no retoñan, esa parece ser una Ley inmutable. Es doloroso que el recuerdo no sea capaz de darle al pasado carácter de todavía. Los autores de la generación de Espronceda eran proclives al dolor y la melancolía, pero fueron los primeros en revelarse tanto en las formas literarias como en sus vidas. Muchos fueron intrépidos en palabra y acto. Los cielos y la tierra permanecen impasibles a sus amarguras y sin embargo el Poeta no está solo. Aunque lejana, tiene una "hermosa sin ventura" a quien enviar sus quejas expresadas con singular belleza. En sus versos hay dos almas que palpitan, por lo que es más afortunado que otros tantos que escriben sin destinatarios y el viento diluye sus querellas hacia el reino del olvido. Su ilusorio cristal abigarrado no es empañado por la realidad, es su respiración, ¡está vivo! Y la vida sustenta la esperanza que "prolonga el tormento", como nos enseñó Nietzsche.