Dice Claudia que las tardes sombrías en que amenaza lluvia
nos tranquilizan. Todo en ellas es neutro, no hay lugar
para el desasosiego entre sus faldas grises.
Es cierto, Claudia.
En las tardes nubladas la vida pasa afuera con abierto desgano,
y el pitazo del tren
no levanta un polvero de nostalgias.
Resistimos la música de Schumann
sin que se desafine el corazón,
y el libro
que leemos
no nos hace llorar de forma intempestiva.
Las tardes frías
no nos asustan
como esta tarde de tirante cielo
en que el mundo parece detenido,
en que vibra la atmósfera con lucidez de vértigo,
en que todo es ajeno,
es inasible,
y el amor es de otros,
para otros es el cielo,
y se oye arder el fuego de sequía.
Habrá una tarde innumerable, Claudia,
libre de tedio y libre de tortura. Sin memoria, sin duelos, sin deseos.
Será brumosa y gris, sin sobresaltos.
Como raíces
beberemos el agua de la tierra,
ajenas a la luz que hoy nos lastima.