Vsevolod Mikhailovich Garshin, by Ilya Repin
Pedro Salinas

No quiero que te vayas

No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar. Me estoy sintiendo
vivir cuando me dueles
no en ti, ni aquí, más lejos:
en la tierra, en el año
de donde vienes tú,
en el amor con ella
y todo lo que fue.
En esa realidad
hundida que se niega
a sí misma y se empeña
en que nunca ha existido,
que sólo fue un pretexto
mío para vivir.
Si tú no me quedaras,
dolor, irrefutable,
yo me lo creería;
pero me quedas tú.
Tu verdad me asegura
que nada fue mentira.
Y mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo lejos,
de que existió, que existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy queriendo.
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Cuando el dolor se torna como una rosa extraña, la prueba irrefutable de que se caminó por el Paraíso y se le dió en recuerdo tan inusual tesoro para que no dudara nunca que pudo estar ahí… y al despertar del sueño descubre el ejemplar único e inmarcesible sobre su almohada. Si, estamos hablando de “La flor de Coleridge”, pero en una dimensión dramática y humana en este poema escrito por Pedro Salinas. Amó y lo amaron pero ese estado pleno era fugaz. ¿Que ha de quedarle para hacer soportable aquel vacío de ausencia? No la inasible nostalgia ni su aroma que se volatiliza. Sólo el dolor constante habrá de acompañarlo por el resto de su vida. Habrá momentos en que la duda impere ante lo inverosímil de sus dichas consumadas. ¿Es recuerdo o fue sueño? Se le confunde en el pasado lo vivido porque el tiempo va gastando detalles. Tal vez nunca fue suya y se inventó aquella vivencia inmerecida para sobrevivir en su gris existencia, mintiendo a su propia memoria para tener recuerdos preferibles. Una amable ficción que lo justificara en su vejez para sentir que no fue inútil todo. Pero queda el dolor como una piedrecilla en el zapato, persiste con la fidelidad que ella no tuvo para corresponder a su entrega. Y el Poeta lo atiende, lo valora. Sabe que no ha de marchitarse pero lo colma de cuidados para que no desluzca su antigua lozanía. Porque es la única prueba de la veracidad de que alguna vez fue feliz. Porque su añejo sufrimiento es su “flor del Paraíso”.

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