Mamá sacó a la pared esta foto
cuando empezó mi hermana en el colegio
con guardapolvo blanco, portafolios
de cuero, bien enorme. Papá posa
con la malla, después de lavar platos.
No sé por qué mamá destinó tanto
del encuadre a la fea medianera:
una infantil tristeza sin revoque.
A un lado la glicinia florecida,
al otro, tres naranjos muy cargados
donde solían, en la fresca tierra,
bajar tornasolados tordos negros.
Nada de aquello vio para el retrato,
disparó como se hace a condenados
que, ignorantes, sonríen para siempre.