Yo, el que vela arropado en la inocencia,
soy el que no partió cuando mi último soplo extinguió la bujía.
Pero ¿quién descifró lentamente los fabulosos signos?
¡Oh, lejano!
¿Quién buscaba en las nubes el espejo donde duerme la imagen de secretos países?
¿Quién oía otras voces quejándose en el viento contra el cristal golpeado?
¿Quién inscribió con fuego su nombre en los maderos para que fuese anuncio ardiente por las playas?
¡Oh, mensajeros!
Otro es el que se fue.
Mas por su rostro paso a veces como si aún se viera en el globo azogado de la infancia que el tiempo balancea;
y hasta mí llega a veces, tras las frondas errantes, el fulgor de su mísera realeza.
No me juzguéis ahora.
Esperadlo conmigo.
Su muerte ha de alcanzarme tanto como su vida.