Amor, llegado que hayas a mi fuente lejana,
cuida de no morderme con tu voz de ilusión;
que mi dolor oscuro no se muera en tus alas,
que en tu garganta de oro no se ahogue mi voz.
Amor—llegado que hayas
a mi fuente lejana,
sé turbian que desuella,
sé rompiente que clava.
Amor deshace el ritmo
de mi aguas tranquilas;
sabe ser el dolor que retiemblan y que sufre,
sábeme ser la angustia que se retuerce y grita.
No me des el olvido.
No me des la ilusión.
Porque todas las hojas que a la tierra han caído
me tienen amarillo de oro el corazón.
Amor—llegado que hayas
a mi fuente lejana,
tuérceme las vertientes,
críspame las entrañas.
Y así una tarde—Amor de manos crueles—,
arrodillado, te daré las gracias.