Miguel de Unamuno

Teresa: 53

¡Aquella tu honda inspiración enferma!
        Alzábase tu pecho
—tal una ola—por amor del aire,
        y era entonces tu huelgo
sollozo silencioso y recojido;
        era a la vez un ruego.
Y me miraban con piedad tus ojos
        como a otro enfermo.
Era cual si quisieras mi respiro
        sorber; con él mi anhelo,
y apoyarte en mi vida, temblorosa,
        por no caerte al suelo.
¡Oh, el vaivén de pasión—flujo y reflujo—
        que agitaba tu pecho!
¡El alzarse y hundirse de la ola
        de tu abatido cuerpo!
Parecías asirte a mis miradas
        buscándome el secrete,
y tus ojos decían: «¡Rafael mío!
        ¿Qué es esto que tenemos?»

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