¡Aquella tu honda inspiración enferma!
Alzábase tu pecho
—tal una ola—por amor del aire,
y era entonces tu huelgo
sollozo silencioso y recojido;
era a la vez un ruego.
Y me miraban con piedad tus ojos
como a otro enfermo.
Era cual si quisieras mi respiro
sorber; con él mi anhelo,
y apoyarte en mi vida, temblorosa,
por no caerte al suelo.
¡Oh, el vaivén de pasión—flujo y reflujo—
que agitaba tu pecho!
¡El alzarse y hundirse de la ola
de tu abatido cuerpo!
Parecías asirte a mis miradas
buscándome el secrete,
y tus ojos decían: «¡Rafael mío!
¿Qué es esto que tenemos?»