Miguel de Unamuno

Teresa: 44

«Mira—me dijo, el dedo al encendido
poniente, todo hecho sangrientas flores—
esos son los volantes del vestido
de Nuestra Señora de los Dolores.»
 
«La de las siete espadas?» «Sí, la misma,
la nuestra, la que es sólo madre tierna;
la que ha puesto su sello en nuestra crisma;,
la que ha hecho del dolor la dicha eterna.. .>
 
«Pero el dolor es el infierno y crece...»
«No. no lo creas, que al dolor el malo
es insensible y todo el que padece
o es bueno o no padece y es de palo...»
 
«Si el confesor te sabe esas doctrinas...»
«No, doctrinas no son ni las confieso....»
«Pues qué confiesas?» «Qué sé y o... pamplinas,
que sin querer nos dimos aquel beso...»
 
«Pero no tienes libro de conciencia...?»
«Qué, conciencia de libro? Mira, niño,,
con eso a otras; ¿sabes? que mi ciencia
se reduce a estudiar en tu cariño.»
 
«Pero si faltas a algún mandamiento...»
«Mientras te quiera no me da cuidado. . .
Yo sé lo que me digo y lo que siento,
en querer bien a un hombre no hay pecado.
 
Pero quererle de verdad, ¿me entiendes?
can un querer que es sufrimiento pairo...»
«Y si queriendo así, a Dios le ofendes
sin saberlo?» «Imposible, me figuro...
 
Y cuando sueño en ti. y eso es mi vida,
no consigo dormir. . . un infinito
dolor me deja toda dolorida...
porque vas a quedarte tan sólito...!»
 
Te callaste y sentí una montaña
de tierra encima de mi corazón;
hoy la cruz que te sirve de espadaña,
a aquellas tus palabras da sazón.

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