Mercedes de Velilla

Que malo es el mundo!

¡Qué malo es el mundo,
qué triste es la vida
para aquellas almas que van por la tierra,
solitas... solitas...!
 
Si adonde fuera mi nombre
fuera la felicidad,
¡qué contenta me pondría
cuando firmo una postal!
 
Es una madre el ángel amoroso
que cuida con desvelo nuestra infancia:
si lloramos, el ángel del consuelo;
si dormimos, el ángel de la guarda.
 
¡Recuerdos de mi infancia venturosa!
Yo también me dormía
con besos de mi madre cariñosa...
¡Oh dulce sombra de la madre mía!
Acoge el pensamiento que te envío:
en sus hojas obscuras,
encontrarás mi llanto, cual rocío;
la huella de mis hondas amarguras;
algo que vive entre las muertas glorias;
mi amistad, siempre fiel y sin desvío;
de nuestra edad feliz dulces memorias,
y el grato aroma del recuerdo mío.
 
En la triste aridez del alma mía,
sólo brotan las flores del recuerdo:
por cada bien que pierdo
nace una flor obscura cada día.
Entre ellas, una ostenta más preciada
sus pétalos lucientes:
es la de mi amistad, nunca olvidada,
la que guarda su aroma a los ausentes.
 
En mi vida de dolor,
en la que todo lo pierdo,
sólo me queda una flor:
la triste flor del recuerdo,
que yo cuido con amor.
Mi llanto le da rocío,
mi constancia lozanía;
y esa es la flor que te envío
cual prenda del alma mía
que a tus cuidados confío.
 
No hay ninguna que le iguale,
y pregunta el extranjero
si es la feria de Sevilla,
o si es la feria del cielo.
 
Primavera de la vida,
risas, juego, sol y flores;
luego el invierno sombrío,
árbol seco, triste noche.
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