Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez –en la reja,
A la entrada de la viña,–
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: –cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcaide llorando.
Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro, –es
Que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.
Alfredo Jiménez G.
8aSencillos en estructura, pero depositarios de profundo significado, estos versos fueron escritos sin más intención que dar libertad expresiva a un “pecho bravo” que latió y vivió acorde con la Verdad. (“¿Qué es la Verdad?” Preguntó Poncio Pilatos a Quien debía juzgar en aquel histórico día. Los libros canónicos dicen que el Redentor se abstuvo de responder; otros textos gnósticos afirman que declaró: “La Verdad es lo que ES y la falsedad, lo que parece ser”). Cada una de estas estrofas de Martí es como una moneda reluciente, pero no de ese valor bancario tan mezquino e intrascendente. Es una moneda de valor a la Verdad. La que realmente Es, no la que parece ser. El Poeta se despoja de pompa, toga y muceta; cuelga todo con desdén en un árbol marchito y deja que sea la mano firme del hombre la que empuje la pluma y escriba palabras inmarcesibles. Son estrofas para atesorar en la memoria, que la conciencia se las murmure al alma y viceversa en momentos difíciles o festivos, porque son el legado de un HOMBRE SINCERO. Por eso en los homenajes a su memoria que, estamos seguros, no le agradarían mucho a Martí, los tiranos de derechas y de izquierdas se ven muy pequeños colocando “ofrendas florales” a los pies de su noble monumento. Porque este Poeta supo ser “arte entre las artes y monte entre los montes”.