Para los amigos del alma el tiempo es presente. Nunca nada llega tarde de parte de ellos.
Sus olvidos en los cumpleaños por un día o dos, una semana o un mes, recordándonos tarde, por alguien o por facebook llegan con su sonrisa sincera, sin excusas, pero presentes.
Sus críticas a momentos incómoda, a momentos ofensiva, a momentos no tan cierta, llegan con su presencia asertiva, dispuestos a cosernos por dentro.
Sus apariciones como fantasmas, en esos precisos momentos, que uno jamás podrá explicar, llevados como por la intuición,
fantasmas que llegan a regalarnos sus silencios ensordecedores de la mente, convirtiéndose en avivadores del dolor pero en anestesia para el sufrimiento; se convierten en abrazo y hacen de la desdicha la mejor excusa para un nuevo reencuentro.
Estos amigos del alma, cuando no llegan a felicitarnos en uno o dos años, cuando ya todo lo que hacemos les da igual, cuando se convierten en carne y hueso y dejan de aparecerse de repente causan en nuestro amor la resistencia de no felicitarles, de coserles cada vez que podamos, de dejarles de hablar y escuchar y a no dejarnos de aparecer aunque nuestra intuición no atine siempre.