Manuel Acuña

Dos víctimas

¿Se acuerda usted de Juan, de aquel muchacho
  del que le dije a usted
que eran aquellos cuadros tan bonitos
  y el paisajito aquel?
¿Si?, pues señor, ayer por la mañana
  como a eso de las diez,
se suicidó por celos de su novia;
  ¿lo pasará usté a creer?
Yo no pude ir a verlo, porque he estado
  muy malo desde antier;
Pero Antonio, el que en casa de Jacinta
  nos habló aquella vez,
cuando por poco mata usted a palos
  al papá de Isabel,
dice que el pobre estaba hecho pedazos
  desde el cuello a los pies,
con la lengua de fuera y con los ojos
  volteados al revés;
que el pavimento estaba ensangrentado,
  manchada la pared,
y que además del pecho en que tenía
  dos heridas o tres
se rasgó la garganta y, según dicen,
  la barriga también.
Juzgando por el dicho de los guardas
  y el dueño del hotel,
el arma con que Juan se dio la muerte
  fue un tranchete leonés.
El caso es que en la bolsa del chaleco
  le hallaron un papel
que, sobre poco más o menos, dice
  lo que va usted a ver:
−Para que a nadie acuse de mi muerte
  don Tiburcio Montiel,
sépase que me mato, porque quiero
  dejar de padecer...
porque ya estoy cansado de esta vida
  que tan odiosa me es,
y porque ya he bebido hasta las heces
  el cáliz de la hiel.
Mi novia Sinforiana se ha casado,
  y eso no puede ser...
un desgraciado menos... Pasajero,
  ¡ruégale a Dios por él...!−
Así dice la carta que yo mismo
  vi en “El Siglo” de ayer,
¿quién se hubiera pensado hace tres días,
  figúrese usted, quién,
que aquel huero tan gordo y colorado,
  que el barboncito aquel,
tan callado y tan serio, moriría
  pocas horas después...?
¿Verdad que nadie?, pues el hecho es ese,
  así como también
que la tal Sinforiana ha derramado
  mil lágrimas por él,
pues dice que su esposo el comandante,
  solamente en un mes,
le ha dado tres palizas soberanas
  sin contar la de ayer;
que llega por la noche en un estado
  incapaz de embriaguez;
que sin llevarle el diario le está siempre
  pidiendo de comer,
y, en fin, que una y mil veces le ha pesado
  haberse ido con él.
La pobrecita está tan apurada
  que ya no halla que hacer,
y según yo la he visto, apostaría
  doscientos contra cien,
y que si dura, duraría a lo mucho
  ¡hasta fines de mes...!
Conclusión. –Sinforiana se ha matado.
  ¿No se lo dije a usted?

(1872)

#EscritoresMexicanos Suicidio, abandono, desamor, ingrata mujer

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