Su cuerpo necesita manos de hombre
encima. Manos de macho que la acaricien.
Que la apreten y la hagan gemir todo el día.
Especialmente en su cueva donde nace
la ruta de su agua. Ahí donde ruge
como una audaz cantante.
Un macho como yo: caballero de día
y en la noche un demente y detallista amante.
Que le dé duro como las olas y que le apague
esa fogata que aunque la intenta disimular
cada día la abruma más y más.
Mamacita después de una lección
me rogará: «Papacito rico, con razón,
¿cuándo me dará mi próximo chapuzón?»