¿Dónde ha quedado tu escudo glorioso
aquel del reluciente palmarés?
¿Has renunciado a ser un héroe, pues?
¿Qué es este hálito, tan misterioso?
¿Por qué hay un tumulto de sinsabores
que eclipsa todo atisbo de regocijo?
¿Por qué ya no te recuerdo prolijo
sino como causa de mis temores?
Malaventurado eres del destino,
por clavar en ti una suerte fatal.
Qué triste es recordar que eres mortal,
que eres efímero cuando te miro.
Y con ocasión de esta reflexión
no puedo parar de preguntarme
y de dudas mi cabeza llenar,
de lo que será de ti, mío padre.
¿A dónde irá tu recuerdo a parar?
¿Por dónde es que tu sombra paseará?
¿En dónde, tus huesos, descansarán?
¿Podré reconocer tu frío sepulcro
donde descanse el hombre del perjuro?
Por qué, padre, dime, dime por qué,
esta asquerosa duda congoja mi ser.
¿Por qué el tiempo, antes de uno fenecer,
se alarga y se alarga? Dime, ¿por qué?
¿Qué dios permite tan terrible caso,
que forzado tengo que presenciar,
al saber y conocer que es tu ocaso,
y no tu cenit, el que he de recordar?