Juan Castiñeira

TE EXTRAÑO

TE EXTRAÑO como el monstruo de ojos de triángulo que espera a la víctima agazapada y estúpida. Te extraño sin haberte tenido delante, ni siquiera para cortare las cejas; te extraño sin orígenes, con la boca llena de espuma y de recónditos alrededores.
Te extraño como a una ciudad, como a una cárcel, como a un planeta y como a un grito de gente que camina sola para verme en casa en esta soledad de pulpito y misa y vino.
Te extraño porque quiero extrañarte y te veo en los huecos de todas las mujeres que pasan por mi vida, por todo lo que me camina o se arrastra, en todo lo que me desgaja el penúltimo corazón por dentro y la última espada.
Te extraño antes de la vida y viviendo ya, con latidos y pequeños pies debajo de las copas, debajo de las heridas de los vasos, en los anillos y en las lámparas, en todas esas huellas de Locura.
Te extraño tanto y de una manera tan perenne que, con tus hilos, tus piedras en mis cornisas y mis córneas erizadas, puedo hacer latir un corazón de mármol y otro de ceniza, puedo renacer un muerto corazón en el certero ataúd, en la morgue azul, en el sepulcro gris, latir un corazón a gritos, porque te extraño.
Te extraño y puedo encadenar palabras sin escribir un centavo, te extraño de una forma tan largamente humana, que los ojos me tiemblan como tiembla mi pobre sangre en sarpullidos, mi sangre en cráteres rezando, por bloques y veladas de lluvia, de frío, de torrencial verano rojo; en la naturaleza, y aunque me cortaran los ojos, aunque jugaran a las cartas con mis manos, te vería, te recordaría, te inventaría, te pintaría sólo para seguir extrañándote y besando tus flecos, tus rastros, tus huellas, el rito de tus olores, el olor de tu falda y eso que aún no ha comenzado a vomitar la Tierra... tanto, tanto te extraño, que el viento sopla con raíces de bruma que brama tu nombre, la calima de tu nombre se hace sílabas en el viento de tu vacío, y yo no hago más que cumplir con el oficio de extrañarte.
Me he saltado todas las señales del Universo toda esta rúbrica divina, cuando ya las puertas de los ojos de Dios me llevan a la ausencia preclara y unánime de tu boca, del pasado de tu boca, de tu boca inexistida, a las cuencas donde estuvieron tus ojos mirándome un día, cierta tarde cuando cuánto, cuándo y a qué hora exacta te extrañaba y me imaginaba ya cómo sería mi vida en ruinas contigo, con la única esperanza y con el único fin de comenzar a extrañarte mañana y mañana y mañana...
No muevo un dedo por no dejar de extrañarte.
Es un rito íntimo y tan personal que mis voces se arrugan para gritarte en silencio que, de nuevo, te extraño, en papel y en la superficie del agua y en los labios del aceite... y que voy a seguir extrañándote en los ojos siguientes y de nuevo un día me despertaré extrañándote, ante las noches oscuras y los espejos interminables, ante los tigres, ante los relojes, ante el caos más rocoso y ante el último tren y la última oruga.
Los fantasmas salven esta terrible manera que tengo de extrañarte, para que mañana, sin horario previsto, mis manos, ojos, saliva, labios, hígado, dientes, páncreas, migajas de mí, medio costillar de dolor atroz se mueva de nuevo para extrañarte.... mañana... mañana... mañana...

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