Carne transida, opaco ventanal de tristeza,
Agua que huye del cielo en perpetuo temblor;
Vaso que no ha sabido colmarse de pureza
Ni abrirse ancho a los negros raudales del horror.
¡Ojos que no sirvieron para mirar la muerte,
Boca que no ha rendido su gran beso de amor!
Manos como dos alas heridas: ¡diestra inerte
Que no consigue alzarse a zona de fulgor!
Planta errátil e incierta, cobarde ante el abrojo,
Reacia al duro viaje, esquiva al culto fiel;
¡Rodillas que el placer no hincó ante su altar rojo,
Mas que el remordimiento no ha logrado vencer!
Garganta temerosa del entrañable grito
Que desnuda la carne del último dolor:
¡Lengua que es como piedra al dulzor infinito
De la verdad postrera dormida en la pasión!
Haz de inútiles rosas, agostándose en sombra,
Pozo oculto que nunca abrevó una gran sed;
Prado que no ha podido amansarse en alfombra,
¡Pedazo de la muerte, que no se sabe ver!