Manuel José Othón

Crepúsculos

I
Rubia la aroma luce en el oriente
sus galas más espléndidas de fiesta,
que amorosa y rendida ya se apresta
del esposo a besar la roja frente.
 
Para verle asomar alza su ingente
tajada cumbre la montaña enhiesta;
prepárale su incienso la floresta,
su trino el ave y su rumor la fuente.
 
El cielo gotas de cristal rocía
en corolas y muérdagos. Los vientos
tañen las ramas de la selva umbría.
Y alza a su Dios en rítmicos acentos,
como grata oración del nuevo día,
himnos la tierra, el hombre pensamientos.
 
II
Tramonta el sol. Esmalta la colina
de su postrera luz con el escaso
fulgor, que va envolviendo en el ocaso
con su túnica blanca la neblina.
Desbarátase la húmeda calina
en la llana extensión del campo raso,
y ya por el oriente, paso a paso,
la silenciosa noche se avecina.
 
Todo es misterio y paz. El tordo canta
sobre los olmos del undoso río;
el hato a los apriscos se adelanta,
flota el humo en el pardo caserío,
y mi espíritu al cielo se levanta
hasta perderse en Ti. ¡Gracias, Dios mío!
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