José Antonio Ramos Sucre

Bajo la ráfaga de arena

Una muchedumbre de hormigas había practicado sus galerías en el suelo de nuestra tienda de campaña. Insinuaban en las venas una saliva cáustica. Nos defendíamos sufriendo un barniz general de aceite de palma.

   La aridez consentía apenas el sicomoro y el áloe.

   Visitábamos profundamente los desiertos de una raza infeliz para abastecernos de marfil y de cortezas perfumadas. Esperábamos aumentar en una sola vez los tesoros del comercio y los recursos de la medicina. Las preseas de la flora debían usarse en la mitigación de los dolores humanos.

   Los naturales se habían dividido en facciones y se consumían en una guerra ilimitada. El vencedor acarreaba lejos los prisioneros, donde no podían desertar, y los vendía para la esclavitud. Una sola cuerda los juntaba por el cuello. El espanto dominaba en las aldeas reducidas a cenizas.

   Unos ciegos habían sido desviados de la muerte o del cautiverio. Los recogimos para llevarlos a un lugar habitado y feraz, donde pudieran vivir de la compasión. Navegamos a la sirga, por un río seco, durante la semana.

   Nos anunciamos por medio de cohetes al divisar el vecindario de casas de paja, en donde esperamos alojar los desvalidos. Las casas de paja, de un dibujo circular, se prolongaban en aposentos subterráneos.

   Un ministro del rey vino a preguntarnos el objeto de nuestro viaje. Yo lo insté a mediar en obsequio de mi interés civilizador

   El rey me llamó a su presencia y me regaló un caudal de resinas, de bálsamos y de hojas. Aproveché la entrevista para despertar su misericordia, refiriéndole el caso de los ciegos.

   Se holgó extremadamente de saberlo y decidió mostrarme al punto los méritos de su presente. Ensayó con los desgraciados los efectos de las hojas narcóticas y murieron en medio de un embeleso.

#EscritoresVenezolanos (1929) El cielo de esmalte

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