Jorge Eduardo Eielson

Nazca

Madre nuestra que estás en la arena
Y en el aire del desierto
Tú que modelas nuestra vida
Y nuestra muerte con la arcilla
Y con el fuego de los siglos
Madre del viento y del Pacífico infinito
Ciudad invisible que quizás no existes
Pero vives en mis células antiguas
Haz que nuestros ojos
Sean cada vez más puros
No nos dejes morir sin haber visto
Aunque sea sólo un instante
Tu centelleante dibujo
Entre las dunas amarillas
 
 
Cae la tarde y la pampa recoge
Su suntuosa luz de siempre
Ya nada brilla sino las viejas líneas
Que transforman el desierto
En un pensamiento. Ya nada brilla
Sino el trabajo azul de las estrellas
En la tierra. En este océano de tiempo
Que devora el tiempo
Espejos de sal y de espuma
Reflejan plazas templos y mercados
Repletos de gente que todavía llevan
El vestido rojo y el calzado ilusorio
De un instante. Sólo el monarca
Arrastra su esplendor solitario
Su manto de mariposas
Y pájaros vivos
Y se inclina ante la arcilla
 
 
Lo esperan siglos extraños
Alas de criaturas altísimas
Que desafían el polvo
Y se alimentan sólo de números
Maravillosos mecanismos
Para convertir la muerte en una pluma
Y el tiempo en u na joya
Lo esperan máquinas celestes
Más veloces que la mente o la mirada
Pero también tinieblas  seres queridos
Completamente cubiertos de aceite
Sacerdotes y rameras abrazados
En la misma cama de ceniza
Jóvenes príncipes con el semblante de oro
Y el estómago podrido
Que también son ceniza
Sus esqueletos hablan ciertamente
De nosotros pero sin palabras
Después de todo
Es sólo una muchedumbre
De huesos que murmuran en la sombra
Mientras nos guían velozmente
En astronaves de tela encendida
A las estrellas
Criaturas que desaparecen en la arena
Terrestre  pero reaparecen
En la arena del cielo
Espejo fiel de la pampa de abajo
De constelaciones que son pájaros
Monos  peces  arañas de tamaño imposible
Que nuestros ojos no perciben
Que nuestra frente no concibe
Desmesurados espirales
Que tal vez encierran
El secreto de la vida
Abismos que son pozos
De brillantes excrementos
De animales que son dioses
Y de dioses que son hombres
Sabios  reyes  artesanos
Todas personas de perfil solemne
Y como siempre
Repletas de luz y de heces
 
 
En este océano de tiempo
En donde todo comienza
Y se acaba y vuelve a comenzar
Y se acaba nuevamente
Quedan solamente huellas
De misteriosos viajeros que atraviesan
Nebulosas y murallas de electrones
En busca de una caricia
Quedan sólo residuos  carbones encendidos
De una catástrofe remota. Sólo cenizas
De personas y animales sagrados
Y además cuchillos  plumas  túnicas vacías
Escalinatas y pirámides borradas
Por la espuma de los siglos
Mazorcas de maíz amigo
Transformadas en collares
Y coronas de gusanos
Todo dispuesto en círculos inútiles
De misteriosa materia
Que resplandece y que muere
 
 
Tal y cual como nosotros
Que jamás sabremos
A quién debemos la noche
La indescriptible belleza
De cada instante y cada cosa
En qué supremo minuto
Apareció nuestro corazón
Sobre la tierra
Más fulgurante y más antiguo
Que el universo entero
Y sobre todo por qué el monarca
Señor del tiempo y las estrellas
Se cubre la nuca de arcilla
Y por qué toda su gente
Venera tanto el calzado
Que la pisotea
Pero el soberano
Tras de observar el cielo noche y día
Y recorrer todas las líneas
De la pampa terrena
Entendió finalmente
Que él también era una línea
Un hilo más del encaje divino
Y que era sólo un monarca
De nada

Celebración, 1990 - 1992

#EscritoresPeruanos

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