Mientras que de sus canes rodeado
el mísero Acteón seguro andaba,
mientras con más amor los regalaba
por habérselos él mismo criado,
habiendo, por su mal, un día mirado
la beldad que a una fuente se bañaba,
de aquellos de quien él más se fiaba
se vio el triste, a la fin, despedazado.
Tal obra hace en mí mi pensamiento,
tan regalado mío y tan querido,
tan confiado yo de sus hazañas,
que en viendo la ocasión de mi tormento,
airado luego me ha desconocido
y así me despedaza las entrañas.