¿Qué sé yo de boxeo,
yo, que confundo el jab con el upper cut?
Y sin embargo, a veces
sube desde mi infancia
como una nube inmensa desde el fondo de un valle,
sube, me llega Johnson,
el negro montañoso,
el dandy atlético magnético de betún.
Es un aparecido familiar,
melón redondo y cráneo,
sonrisa de abanico de plumas
y la azucena prohibida
que hacía rabiar a Lynch.
O bien, si no, percibo un rayo de la gloria
de Wills y Carpentier; o de la gloria
de Sam Langford... Gloria de cuando ellos
piafaban en sus guantes, relinchaban,
altos los puros cuellos,
húmedo el ojo casto
y la feroz manera
de retozar en un pasto
de soga y de madera.
Mas sobre todo, pienso
en Kid Charol, el gran rey sin corona,
y en Chocolate, el gran rey coronado,
y en Black Bill, con sus nervios de goma.
Yo, que confundo el jab con el upper cut,
canto el cuero, los guantes,
el ring... Busco palabras,
las robo a los cronistas deportivos
y grito entonces: ¡Salud, músculo y sangre,
victoria vuestra y nuestra!
Héroes también, titanes.
Sus peleas
fueron como claros poemas.
¿Pensáis tal vez que yo no puedo decir tanto,
porque confundo el jab con el upper cut?
¿Pensáis que yo exagero?
Junto a los yanquis y el francés,
los míos, mis campeones
de amargos puños y sólidos pies,
son sus iguales, son
como espejos que el tiempo no empaña,
mástiles músculos donde también ondea
nuestra bandera al fúlgido y álgido viento que sopla en la montaña.
¿Qué sé yo de ajedrez?
Nunca moví un alfil, un peón.
Tengo los ojos ciegos
para el álgebra, los caracteres griegos
y ese tablero filosófico
donde cada figura es
una interrogación.
Pero recuerdo a Capablanca, me lo recuerdan.
En los caminos
me asaltan voces como lanzas.
—Tú, que vienes de Cuba, ¿no has visto a Capablanca? (Yo respondo que Cuba
se hunde en los ríos como un cocodrilo verde.)
—Tú, que vienes de Cuba, ¿cómo era Capablanca?
(Yo respondo que Cuba
vuela en la tarde como una paloma triste.)
—Tú, que vienes de Cuba, ¿no vendrá Capablanca?
(Yo respondo que Cuba
suena en la noche como una guitarra sola.)
—Tú, que vienes de Cuba, ¿dónde está Capablanca?
(Yo respondo que Cuba es una lágrima.)
Pero las voces me vigilan,
me tienden trampas, me rodean
y me acuchillan y desangran;
pero las voces se levantan
como unas duras, finas bardas;
pero las voces se deslizan
como serpientes largas, húmedas;
pero las voces me persiguen
como alas...
Así pues Capablanca
no está en su trono, sino que anda,
camina, ejerce su gobierno
en las calles del mundo.
Bien está que nos lleve
de Noruega a Zanzíbar,
de Cáncer a la nieve.
Va en un caballo blanco,
caracoleando
sobre puentes y ríos,
junto a torres y alfiles,
el sombrero en la mano
(para las damas)
la sonrisa en el aire
(para los caballeros)
y su caballo blanco
sacando chispas puras
del empedrado...
Niño, jugué al béisbol.
Amé a Rubén Darío, es cierto,
con sus violentas rosas
sobre todas las cosas.
Él fue mi rey, mi sol.
Pero allá en lo más alto de mi sueño
un sitio puro y verde guardé siempre
para Méndez, el pitcher –mi otro dueño.
No me miréis con esos ojos.
¿Me permitís que ponga,
junto al metal del héroe
y la palma del mártir,
me permitís que ponga
estos nombres sin pólvora y sin sangre?