Huyendo de enemigos cazadores
una cierva ligera,
siente ya fatigada en la carrera
más cercanos los perros y ojeadores.
No viendo la infeliz algún seguro
y vecino paraje
de gruta o de ramaje,
crece su timidez, crece su apuro.
Al fin, sacando fuerzas de flaqueza,
continúa la fuga presurosa:
Halla al paso una viña muy frondosa,
y en lo espeso se oculta con presteza.
Cambia el susto y pesar en alegría,
viéndose a paz y a salvo en tan buen hora.
Olvida el bien, y de su defensora
los frescos verdes pámpanos comía.
Mas ¡ay!, que de esta suerte
quitando ella las hojas de delante,
abrió puerta a la flecha penetrante,
y el listo cazador le dio la muerte.
Castigó con la pena merecida
el justo cielo a la cierva ingrata.
Mas, ¿qué puede esperar el que maltrata
al mismo que le está dando la vida?