Eunice Odio

Natalia, la niña del pintor Granell

Ahora estoy en esta ciudad
peligrosamente armada de riesgo
y llenos de accidentes la voz,
el traje claro,
el pulso de amor.
 
Uno de estos días en que andaba callada
y recorriendo para siempre mi espalda,
de pronto resbalé sin fin,
mi caída atravesada por un astro.
 
Por todo eso:
 
peligro,
 
gracia,
 
riesgo,
 
me es grato recordar su casa instalada en el mundo
para que su mujer se aclare las trenzas
que le suben como árbolas;
 
para que su mujer agrupe la miel
y la apretada harina
en altos signos cotidianos.
 
Su casa instalada en el mundo
donde violentamente armándose de lámparas,
corazón al cinto,
pinceles al alma,
secreta la memoria,
se reorganiza su salida al sueño.
 
Aparte de todo eso
recuerdo a la muchacha de los peces impalpables
a quien con otra voz, con otra cifra,
espera el mar sentado en su banco de arena
o disfrazado de pez en el olivo;
 
y su desnudo de un caballo atormentado
cuyo balido de varón prematuro
reanuda el cielo más allá del aire
 
También,
 
y poco a poco,
 
como cuando en la infancia
yo soñaba que un sueño me dolía
recuerdo al muchacho que yo amaba:
 
una tarde íbamos por mi cuerpo
con alegría de arpas cosechadas,
 
cortadas en la mañana,
y húmedas.
 
Entre tanto, a treinta mil kilómetros de mi alma
y mientras yo recuerdo,
 
Amparo, su mujer, vestida a la moda de las amapolas,
canta una canción.
 
Luego dice: (el silencio le pica las venas
como un pájaro):
 
—¡Qué hermosa está la niña.
Es ya la piel azul de las jardinerías!
 
Yo me miro por dentro,
 
preparo lentamente
un acto de terciopelo...
 
...De súbito,
en la ventana,
sin que nadie lo sienta,
un ángel se desviste de río pequeño,
pone a secar la brisa
y se derrama.
 
Después quieren que yo no escuche,
que no salte la niña,
 
(la niña da un salto de lámpara que se abre,
de norte a sur recorre una azucena)
 
¡que nadie la vea!
La niña se me acerca allá en mi pecho,
la oigo perder su paladar sin venas.
 
(Cerca de la ventana,
con poco pie de barco distraído
ha caído un deseo de irse volando a nácar
 
el mar,
 
todo verde).
 
Pero dice la niña allá en mi oído:
 
—El mar ha salido de paseo por las playas,
¡qué dirían los viejos cocodrilos si lo vieran!
 
(¡qué nadie lo sepa!)
 
La niña tiene un retrato del mar
 
(¡Qué nadie lo vea!)

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