Dulces juegos infantiles
en la plaza de la aldea,
bajo la luz de la luna,
sobre la alfombra de tierra.
Ellos y ellas, en un coro
alegres saltan y juegan;
ellos les buscan las manos
y ellas se dejan cogerlas.
Sopla cadenciosa y suave
la brisa de primavera
trayendo el agreste aroma
de las cercanas praderas.
¡Dulces juegos infantiles,
voces claras y sedeñas!
Una risa fresca y pura
se junta a otra pura y fresca.
Y en un rincón apartado
quizás una amante pareja
se inicia en el sufrimiento
con la caricia primera.
En la mitad de la plaza
hay una fuente de piedra
donde se baña la luna
como para ahogar su pena.
Vibra en la copa del aire
el son frágil de las cuerdas
de una guitarra cascada
y una voz que canturrea:
“La Virgen de los Dolores
vio mis lágrimas primeras;
yo le regalaba flores
para que tú me quisieras.”
¡Dulces juegos infantiles,
voces claras y sedeñas,
y almas sencillas que lloran
por una esperanza muerta!
Suenan once campanadas
en el reloj de la iglesia,
la voz doliente se apaga,
los juegos alegres cesan.
Por la blancura apacible
de las angostas callejas,
ellos y ellas, de las manos,
a los hogares regresan.
Y en el silencio dormido
sobre la plaza desierta,
sólo la fuente y la luna
siguen rimando sus penas