En el campo, entre las flores,
donde el río canta al viento,
te prevengo con aliento
de los sabios labradores.
Ellos, en sus labores,
miran siempre con cuidado,
pues el campo, bien labrado,
no permite desvarío:
si te avisan con buen brío,
no te engañes, ten cuidado.
Cuando el sol tiñe el ocaso,
y las aves ya reposan,
los pastores siempre gozan
del consejo sin retraso.
Saben bien que, paso a paso,
se evita el daño temprano,
y que el aviso lejano
es un canto de prudencia:
si te dan la advertencia,
no hay engaño en el llano.
Canta el gallo en la mañana,
y despierta los sentidos,
los consejos recibidos
son la guía más cercana.
En la vida aldeana,
donde el tiempo es un regalo,
no se ignora tal regalo:
la palabra del anciano
es tesoro puro y llano,
sobre aviso no hay descalabro.
Bajo la sombra del roble,
donde el aire es más sereno,
los consejos son terreno
de quien sabe y nunca dobla.
Es la experiencia noble,
sabia en cada corazón,
la que evita la traición,
y aunque el joven no lo entienda,
es mejor que siempre aprenda:
sobre aviso no hay error.
Cuando el río va creciendo,
y amenaza con su furia,
el aviso con premura
es el modo de ir sabiendo.
La naturaleza, viendo,
es maestra sin engaño,
y aunque el tiempo sea extraño,
si te avisan con razón,
no hay lugar para el temor:
sobre aviso no hay daño.
En la quietud de la tarde,
cuando el cielo se serena,
la voz sabia que resuena
es un faro que no arde.
El aviso nunca es balde
si lo da un corazón viejo,
pues en cada consejo
hay un eco de experiencia:
la prudencia es la esencia
de evitar el mal reflejo.