Las palabras caen,
como lluvia menuda sobre la mesa,
y el café, ya frío,
vigila el rastro de una voz.
Nada pesa demasiado,
ni la luz en la ventana
ni la ausencia en la silla de enfrente.
Todo es un roce,
un pliegue del tiempo
que se despliega sin ruido.
Mañana, tal vez,
el eco de esta tarde
será sólo una sombra en la loza,
un vago perfume
diluido en el aire.