Lenta, implacable, la Muerte acecha,
su guadaña brillando en la penumbra.
Inexorable, su sombra se acerca,
llevándose consigo nuestra lumbre.
Efímera la vida, frágil como un suspiro,
fugaz y transitoria cual esencia de la rosa.
Ante la Parca, nada somos, meros gránulos de arena
que el tiempo desvanece, sin dejar huella alguna.
Nadie escapa a su abrazo, todos sucumbimos
ante el inexorable fluir de los días.
Reyes y mendigos, jóvenes y ancianos,
todos somos iguales cuando la Muerte nos visita.
¿Qué queda entonces de nuestros logros y hazañas?
¿Qué importan riquezas, honores y glorias?
Polvo somos y en polvo nos convertiremos,
pues la Muerte es la única dueña y señora.
Aceptémosla con serenidad, sin miedo ni lamentos,
pues es el destino que a todos nos aguarda.
Vivamos cada día con plenitud y alegría,
y que nuestra herencia sea el amor y la esperanza.