¿Para qué sirve la poesía,
esa llama tenue que quiebra el silencio,
esa brisa que arrastra lo que no vemos
y dibuja en palabras lo que no somos?
Sirve para mirar al abismo del ser,
para romper los muros del tiempo,
para deshojar el alma en metáforas
y encontrar lo eterno en un instante.
Es el puente entre el todo y la nada,
la danza sutil del verbo y el vacío,
un mapa que no guía, pero revela,
un eco que nos devuelve el latido.
En términos del ser, es espejo y camino,
es pregunta que nunca se agota,
respuesta que solo el silencio comprende,
un gesto que al fin nos nombra.
¿Y si no sirve, qué importa?
No todo lo eterno necesita un porqué.