Nunca plegó su voz al miedo,
ni hizo del llanto su hogar.
Labriego del verso y del fuego,
tronco que quiso brotar.
Llovieron grilletes de sombra,
pero su canto fue sol.
El viento mordía su carne,
y él respondía con flor.
No fue vencido en la tierra,
ni doblegado en prisión,
porque su sangre era un río,
y su alma un rayo de ardor.
No, Miguel nunca fue víctima,
su vida fue un resplandor.
Un hombre que amó la espiga
y fue trigo en su dolor.