Lloraba el poeta en la umbría del verso,
su pluma temblaba como un pájaro herido.
El alma, cargada de un peso adverso,
buscaba en la sombra su sueño perdido.
Las rimas caían cual hojas al suelo,
desnudas, marchitas, sin voz ni latido.
Eran ecos lejanos de un roto desvelo,
susurros de un tiempo que nunca ha venido.
Oh musa esquiva, ¿por qué tu silencio
se clava en mi pecho cual filo abrasante?
¿Por qué mi palabra se quiebra en el viento,
y el canto se hunde en un mar vacilante?
El poeta llora, y en su desconsuelo
las lágrimas fluyen como río olvidado.
En la página queda un susurro del cielo:
el lamento eterno de un verbo callado.