Las palabras hieren, como un filo agudo,
Cuando lo ajeno envidiamos con ardor,
Sus posesiones nos roban el sosiego,
Quisiéramos poseerlas con furor.
El pasto es más verde al otro lado,
Creemos que lo suyo está lleno de encanto,
Pero olvidamos lo bello que nos ha tocado,
Mientras anhelamos lo que está en el canto.
Nos escondemos tras una máscara de deseo,
Para cubrir la envidia que nos carcome por dentro,
Pero es un juego peligroso, un tormento,
Que nos corroe el alma como veneno.
Aprendamos a amar lo propio y lo ajeno,
A encontrar la alegría en lo que tenemos,
Porque la verdadera libertad reside,
En aceptar lo nuestro, sin caer en la envidia de lo que no poseemos.