En la esquina, sorbiendo café frío,
estaba Homero, ciego y distraído,
cuando Neruda entró con aire bravío.
“Dime, anciano, ¿qué es del verso perdido?”
Homero, confuso, se rascó el pelo:
“¿Tú quién eres? No entiendo lo que has dicho.”
Y luego llegó Whitman, todo entero,
con su barba que agitaba en el viento,
diciendo: “¡Canten conmigo, compañeros!”
Pero Bécquer, romántico y lento,
susurraba al oído de una rosa:
“Este encuentro es de lo más turbulento.”
Dante miraba desde su otra mesa,
haciendo un boceto del “Poeta Bar”,
y murmura: “Aquí haré la nueva fresa:
¡Un canto nuevo al verso sin cesar!”
Mientras todos reían en coro bruto,
Homero se fue y dijo: “Yo ya paso,
de tanto poeta, me hago más culto!”