En su celda de piedra y silencio,
la monja de sangre gitana suspira.
Sus manos, antes libres, ahora bordan
sueños de un mundo que ya no habita.
La aguja danza sobre la tela blanca,
dibujando flores que nunca verá crecer.
En cada puntada, un recuerdo se escapa
de una vida pasada que tuvo que ceder.
Por la ventana, un rayo de luna se cuela,
iluminando su rostro de oliva y miel.
En sus ojos negros, un fuego se revela,
testigo de un espíritu que se niega a envejecer.
El convento duerme, mas ella vigila,
su corazón late al ritmo de un tambor lejano.
Entre rezos y cantos, su alma oscila,
añorando el calor de un amor profano.
Alli vive la monja de sangre gitana,
entre muros que ahogan su naturaleza.
Bordando en silencio, día tras día,
un tapiz de pasión y tristeza.