En los campos dorados del alba,
se mece la caña madura,
tierna y llena de miel,
esperando la hoz de tus labios.
Tus manos bajan como viento,
se hunden en mi raíz temblorosa,
y en mi piel florece el incendio
de un sol que se quema en la sombra.
Me quiebras, me tomas, me bebes,
como savia robada a la tierra,
como dulce licor de mis poros
derramado en la sed de tu lengua.
Ay, amor, qué furia de espigas,
qué gemido de hojas abiertas,
cuando el cuerpo se torna paisaje
y la pasión, cosecha de fuego.