Te amé en cada grieta,
en cada borde donde parecías desvanecerte.
Eras el filo del aire,
una herida que no cerraba.
Recuerdo aquel gorrión,
su plumaje rendido al asfalto,
el pico roto,
la boca de un vacío
donde el mundo entraba sin permiso.
Así también te amé,
como quien se acurruca
en lo que queda,
en lo que nunca termina
de partirse del todo.