Las madrugadas de frustración son buena inspiración.
La brisa fría de la noche que entra por mi ventana golpea mi rostro dejando entumecida mi nariz y mis labios, últimamente he estado ausente, he sentido como si mi cuerpo no me perteneciera y mi alma sufre por la confusión.
Una vez leí que cuando gritamos lo que nos tortura, el dolor se va como humo: se expande pronto y desaparece de nuestro organismo como tomar una bocanda de aire y sacar todo eso que no lloramos. Eso me pasó esta noche. Mientras todos dormían con el alma sereno, yo estaba tratando de suprimir el malestar que se apoderaba de mí como todos los días, enterrado en el subconciente, dopandome en mi propio efecto placebo de olvidar, el que manipulaba mi mente, mi cuerpo, mis palabras y mis acciones durante estos últimos meses.
Comencé a gritar como si estuvieran desgarrando lo más profundo de mi alma. Grité fuerte y con angustia hasta quedar sin fuerzas, como sintiendo que el mundo en el que me llamaron loca, en el qué era mi culpa salía de mi mente, Me tumbé en el piso, con el amargo del agua de mis ojos y un corazón acelerado.
Miré al cielo y le conté que ya no quiero sentirme dañada, lo que yo quiero es sentirme imperturbable, quiero volver a probar la dulzura del cafe con azúcar de la vida.
Después de tres años de escribir este poema en prosa me alegra decir que ya no duele, que todo está bien.