La vida se nos va sin darnos cuenta
caminando al principio muy despacio,
pues el tiempo parece ser reacio
hasta ver el umbral de los cuarenta.
Después y hasta llegados los ochenta,
se acorta demasiado ya el espacio
y el cuerpo va volviéndose más lacio
aunque evitarlo a toda costa intenta.
Más tarde, la ilusión le reverdece
y piensa que pudiese todavía
llegar hasta el listón que antaño tuvo
y se mantiene indómito en sus trece
lleno de voluntad y fantasía,
pensando que quien tuvo, lo retuvo.