Tienes el rostro, Virgen Santa y Pura,
llorando a mares por morir Tu Hijo
en esa Cruz que lo dejó transfijo,
causa de Tu dolor y tu amargura.
Esa tristeza sin tener mesura
la llevas para siempre en Tu entresijo,
al darla, como madre, el acobijo
que corresponde a Tu sin par ternura.
Sufriste y sufres por la muerte aquélla
y seguirás sufriendo de por vida,
porque una pena así jamás se olvida,
al ser inmensa tan terrible huella.
Si pudiese Tus lágrimas secar,
lo haría muy gustoso y sin tardar.