Qué garra de tristeza, la que a mi Ser tortura,
Al verme cual un paria de todos olvidado…
Sin unos dulces ojos que miren mi amargura,
Ni besos que reanimen mi espíritu cansado.
La noche me hace muecas como de sepultura,
Cuando me rindo al duelo del hogar alquidado:
Todo es allí egoísta y encierra la pavura
De lo que no nos ama, ni que nos es amado.
No encontrar unos brazos de mujer, que me ciñan,
Ni una boca de fiebre, ni unas divinas ancas…
No escuchar esas frases que arrullen o que riñan!...
¡Oh, Corazón, detente! Porque al latir arrancas
Los hierros del suplicio, que anhelo te constriñan,
Para que no solloces ante unas manos blancas.