Carolina Coronado

¿Cuál tu grandeza es? ¿cuál es tu ciencia?

Siempre en la noche, compañeros míos
los árboles, la luna, los luceros,
mas ninguno de tantos compañeros
me demanda jamás ¿por qué suspiro?
 
A la luna le cuento mi cuidado
y sigue inestable y muda a la voz mía,
como mujer ¡ay! envidiosa y fría
que el pecho tiene a la amistad cerrado.
 
No soles, no centellas, no luceros
almas son esas luces vacilantes
que prestan a los ojos anhelantes
sólo dudosos rayos pasajeros.
 
Vienen en infinita muchedumbre
y oyen mi canto y mi tristeza miran,
y otra vez silenciosas se retiran
sin consolarme, a la remota cumbre.
 
Inmóviles los árboles sombríos,
como los egoístas corazones,
no oyen la triste voz de mis canciones
que va a morir sobre sus troncos fríos.
 
Sola yo turbo cuadro tan sereno,
sola yo altero tan dichosa calma,
sólo inquietud y lucha hay en mi alma,
sólo mi corazón hierve en mi seno.
 
¿Sola yo? ¿Sola yo?¿De entre millares
de criaturas tal vez la más dichosa?
descansando de fiebre dolorosa
duerme la tierra en medio de los mares.
 
Mas, recorred su vasta enfermería
y oiréis de trecho en trecho hondos gemidos;
¿cuántos son? ¿Cuántos son ¡ay! los heridos?
la enferma menos grave es la alma mía.
 
La luna silenciosa y reposada
que por los aires va, tal vez encierra
dentro de sí como la oscura tierra
una raza también desventurada.
 
Y tal vez de los nuestros sus gemidos
están por breve espacio separados,
y tal vez de ambos mundos encontrados
se responden en ecos los ruidos...
 
Leve es mi mal como mi cuerpo leve;
¿qué vale ante esa gran naturaleza
mi canto? ¿Qué mi amor? ¿Qué mi tristeza?
¿Cómo a gemir mi corazón se atreve?
 
Mas, cabe gran pasión en breve pecho,
grande entusiasmo en reducida frente,
grande espíritu en mí, voraz, ardiente,
el rayo cabe en limitado pecho.
 
Quedan mis cantos en la baja tierra
pero sube hasta Dios mi sentimiento,
y abarco sola yo en mi pensamiento
cuanto en su espacio la creación encierra.
 
Yo la menor de maravilla tanta
obras, Señor, de tu fecunda mano
siento en mi pecho, aliento soberano
que hasta los mismos cielos me levanta.
 
¡Y mi amor, mi entusiasmo, mi existencia
son aura imperceptible de tu aliento!...
¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Cuál es tu asiento?
¿Cuál tu grandeza es? ¿Cuál es tu ciencia?
 
Ermita de Bótoa, 1846

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