Carolina Coronado

Bondad de Dios

¡Cuán grande, cuán hermosa
es la lumbre del sol que abarca el mundo,
y cuán maravillosa
es la estrella copiosa!
¡Cuán ancho es el espacio, cuán profundo!
 
Como a impulso violento
granos de arena círculos describen
en derredor del viento,
de astros miles sin cuento
así en la inmensidad girando viven.
 
Como esa luna breve
que los azules aires cruzar vemos
por los ámbitos leve,
con giro igual se mueve
esta espaciosa tierra en que nacemos.
 
Los mares procelosos,
los montes de volcanes coronados,
los pueblos populosos
ruedan majestuosos
por la atmósfera en globo transformados.
 
¿Quién hacia el sol lo envía,
lo acerca, lo separa, lo sostiene,
su ruta marca y guía,
y en perfecta armonía
la prodigiosa máquina mantiene?
 
¿Quién es tan poderoso
que allá desde el lucero más lejano
que rige misterioso
la tierra cuidadoso,
tan bien gobierna por su propia mano?
 
¡Cómo a la flor atiende!
¡Cómo al insecto presta forma y vida!
¡Cómo el agua suspende
en la nube que hiende
el aire y baja en lluvia convertida!
 
¡Cómo enciende y sustenta
el alma pura que en nosotros vive,
y su fuerza acrecienta,
la sostiene y alienta,
cuando el dolor, cuando el placer recibe!
 
¡Cómo nos da alegría
en la niñez, y en juventud más fuerte
el amor y poesía,
y para la sombría
dolorida vejez nos da la muerte!
 
Ignorada tu esencia,
ignorado, señor, será tu nombre,
tu divina existencia,
pero tu omnipotencia
en su propio existir comprende el hombre.
 
Y si con tal desvelo
proteges amoroso a las criaturas,
¿no has de tener un cielo
donde con tierno anhelo
suban a verte, al fin, las almas puras?
 
Ermita de Bótoa, 1845

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