Amor así, tan cerca de la vida,
amor así, tan cerca de la muerte.
Junto a la estrella de la buena suerte
la luna nueva anúnciate la herida.
En un cielo de junio la escondida
noche te hace temblar pálido y fuerte;
el abismo creció por conocerte
robando al riesgo su sorpresa henchida.
Hiéreme así, dejándome en la herida
la sangre que no cuaja ni la muerte
—la llaga con la sangre de la vida—.
Ya estás herido por mi propia suerte
y somos la catástrofe emprendida
con todo nuestro ser desnudo y fuerte.
Éramos la materia de los cielos
que en círculos inútiles perece
sin dar el fuego cósmico que crece
sino apenas el ritmo de sus vuelos.
Energía de idénticos anhelos
que aleja y avecina y que los mece,
juntó en choque de fuerzas luz que acrece
la sombra en tierra de sus hondos cielos.
Y buscándome en ambos nuestra suerte
fluyó hacia tu esbeltez la fuerza fuerte
que al fin su espacio halló propio y profundo.
Salgo de ti y estoy en tu tristeza,
sales de mí y estás en tu belleza.
Las estrellas nos ven: ya hay otro mundo.
Eso que no se dice ni se canta
es sólo un nombre ¿acaso es un suspiro?
En la sangre celeste de un zafiro
tiene lugar, y tiempo, y voz levanta.
¿En qué número numen, qué garganta,
qué secreto feliz, a cuál retiro
donde sólo el suspiro de un suspiro
pase, te he de esconder, ventura tanta?
Si estas manos vacías ya están llenas
al pensar en tu ser —lecho de arenas
con que las aguas doran su camino—,
donde ponerlas, manos asombradas
de mostrarse desnudas al destino
y levantar al cielo llamaradas.