Noche del conservatorio
que es hoy su noche de gala,
y viene a tocar el piano
la pequeña y dulce Ana.
Con su vestido de tul
tiene el aire de una garza;
las alas se le han caído
y ¡no puede levantarlas!
Los caballeros de guante,
dicen cosas a las damas;
de un abanico que cae
se oye un rumor a distancia.
Niñas con clave de sol,
cintas azules, rosadas...
Noche del conservatorio;
¡con traje de luminarias!
Y cuando el gran tiovivo
empieza, Ana se levanta;
—sus trenzas son oro vivo,
de paloma a su garganta–.
El piano la espera y ella
debe atravesar la sala:
Con el filo de un suspiro
rompe los nervios que la atan,
y al piano enfila sus pasos
saltándose las miradas
sin caer... y Tararín...
(¿No ven cómo está de pálida?)
Tararín, tararán...
(Parece un lirio de aguas...)
Tararán, tararín...
Las notas chisporrotean
como luces de Bengala.
Si una fusa o una corchea
se fuga del pentagrama,
ella las caza en el aire
por la punta de las alas.
La casa de Ana está lejos
en una calle arbolada
y ella va al conservatorio
en bicicleta de plata.
Contando va las farolas
que de su umbral la separan,
pero hoy las ve en el teclado
bajo sus manos heladas;
las teclas negras son árboles,
farolas las teclas blancas.
Ya faltan pocas. Mas, ¡ay!
ya la niña se desmaya...
Alguien va a buscar corriendo
la bicicleta de plata...
Todos aplauden y nadie
ve la muerte en su mirada.
Ella sintió que sonreía
y las luces se apagaban.
Deja su atril el Maestro;
sus abanicos las damas;
sus guantes dejan caer
aquellos que los llevaban.
¡Vuelan jirones de música,
vuelan por toda la sala!...
¡Y enterraron bajo el piano
a la dulce y frágil Ana!...