Philosopher in meditation, by Rembrandt
Jorge Luis Borges

Poem of the gifts

May none in tears or with reproach then slight          
God's statement of His mastery,  
Who, with majestic irony,                    
Gave me at once both these books and the night.      
 
Of these books, now a city, lightless eyes          
He made the owners; eyes, it seems,      
Which, in libraries of dreams,                      
Could only read some foolish tracts that tie        
 
The sun-ups to their zeal.  In vain the day        
Upon them foists its endless tomes;          
As toilsome as those ancient rolls        
In Alexandria decayed.                      
 
From hunger and from thirst (says a Greek tale)  
Near fonts and gardens dies a king;  
The confines I roam, tiring          
Of this tall, deep and blind library's pale.              
 
Encyclopedias, atlases, the East,              
The West, centuries, dynasties,            
Cosmos, symbols, cosmogonies              
Are fêted by these walls, if uselessly.              
 
Slow in my shade, this hollow darkness free  
With doubting cane I will entice;          
I, who imagined Paradise                      
As being but a kind of library.                
 
Some thing that certainly does not entail  
That broad word "chance" — it rules these things;      
Once, many blurry evenings        
Another lost to books and to our shade.
 
As through slow galleries I go astray,          
One sacred horror likes this plan:    
That I'm this other, the dead man,      
Perhaps with the same steps on those same days.
 
What matters then that word which forms my name,              
(Which of us two has this verse spun,
Of plural I and shadow one?)    
When our anathema is but the same?          
 
Groussac or Borges, I thus gaze upon    
Our world, unforming, fading fast    
To palest and uncertain ash,                            
Akin to sleep or mere oblivion.
 
Translated by Hadi Deeb
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La Biblioteca Nacional de Argentina fue muy importante en la vida del Poeta Jorge Luis Borges, por varios hechos que habremos de comentar. Se encuentra ubicada en la calle México y eso hace muy feliz a quien esto apunta porque es el nombre de su Patria; también aquí tenemos una calle bella y céntrica llamada República de Argentina y ahí se ubica la otrora gloriosa Secretaría de Educación Pública. En 1955 Jorge Luis Borges fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional, lamentablemente el Poeta acababa de perder la vista. Pero valeroso como siempre fue, hace con esta ironía de la vida gran Literatura. El presente "Poema de los dones" es un claro y memorable ejemplo de ello. Con maestría y talento inigualable juega con esa paradoja de caminar por las galerías repletas de libros que en vano prodigan luz para sus ojos ciegos. Evoca y menciona a Paul Groussac, "el más ilustre de sus antecesores" en ese cargo (según sus propias palabras), también privado de la vista. ¿Es Groussac o es Borges aquel al que miramos caminar por los corredores, con paso firme y guiándose con el báculo como un sabio que habita la eternidad? La ceguera no impidió a Borges (ni a Groussac) disfrutar de esos ochocientos mil volúmenes. Siempre contaron con asistentes cultos y de muy buena dicción que les leían en voz alta. Muchos de los manuscritos de los poemas de Borges fueron escritos en hojas membretadas de la Biblioteca Nacional. (Quien esto apunta atesora varias fotografías de los mismos). En 1960, Jorge Luis Borges encuentra un pasadizo en uno de los corredores de esa institución, y lo conduce a otra Biblioteca, lejana de ahí en espacio y tiempo, hasta la calle Rodríguez Peña, donde tiene la oportunidad de charlar en persona con Leopoldo Lugones, quien se mató a principios de 1938 (sic.). No desaprovechó el privilegio que le dio aquello "que no se nombra con la palabra azar" y le obsequió un ejemplar de su libro "El Hacedor". Lugones "leyó con aprobación algunos de los versos" y pudieron charlar en esa tarde mágica. Ya jubilado, en 1977, Borges obtiene por medio de un vendedor de Biblias un extraño libro que por medio de un inquietante artificio tiene un número infinito de páginas; la numeración de los infolios es totalmente arbitraria, sin orden alguno. Abrió las hojas y encontró la ilustración de un ancla, al cerrar el libro la perdió para siempre; le era imposible volver a encontrar las anotaciones y referencias que alguna vez hallara. Estuvo feliz con la posesión de tal prodigio hasta que lo invadió la inquietud y el remordimiento de tan insólita anomalía. Pensó en prenderle fuego, pero, sensato como era, llegó a la conclusión de que "un libro infinito generaría un fuego infinito". Decidió esconderlo en el mejor lugar para ocultar un libro: Una biblioteca... Eligió precísamente la Biblioteca Nacional. Pocos conocemos el estante y la colocación exacta de aquel "libro de arena", como él mismo lo llamó. Todo lo aquí referido es verdad, hay pruebas y referencias que lo sustentan. Si alguien lo duda, puede encontrar más detalles en las inmensas galerías del blog Poéticous, que también es una vasta Biblioteca... Y como todos estos inmuebles, está lleno de magia verdadera... e inquietantes pasadizos...

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