Cuenta la leyenda que el príncipe troyano Eneas, sufrió la desolación de ver a su ciudad derrotada y saqueada por los Aqueos. Sin embargo, los dioses guardaban un alto destino para Eneas, pues la Moria, el destino, (frente a la cual todos los dioses, incluido Zeus, son impotentes) había vaticinado que Eneas fundaría una ciudad y un linaje cuyos descendientes regirían al mundo con gloria infinita. Debido a esto, luego de la caída de Troya, Eneas se embarco hacia el oeste, aún con el triste recuerdo de su amada ciudad en la memoria.
Eneas arribó a la poderosa y sabia ciudad de Cartago, que en ese momento era gobernada por la hermosa reina Dido. Esta reina (sobra decir), cayó perdidamente enamorada del valiente y apuesto Eneas. Una pasión sin límites se desató entre los dos amantes y ambos vivieron días felices. Pero una noche Eneas, soñó que los dioses le reprochaban su falta de madurez y compromiso pues había olvidado su misión de fundar una nueva ciudad. Arrepentido, el troyano dio a conocer a Dido su decisión de zarpar cuanto antes y la reina aprobó su deseo, ocultando en todo momento su desesperación y su congoja pues veía marcharse al gran amor de su vida. Para ayudar a los barcos de Eneas a guiarse por la peligrosa bahía cartaginesa, Dido dio órdenes de encender una gigantesca hoguera que funcionaría como faro. Al ver al ultimo de los barcos de la flota de su príncipe desaparecer en el horizonte, Dido tomo una espada y la hundió en su vientre al tiempo que se lanzaba a la pira. Al llegar a la costa Eneas fundó una ciudad que bautizó con el nombre de Roma.
Alrededor del año 500 d.C., nació en el imperio romano de oriente (conocido como Imperio Bizantino), Belisario, el último gran general romano. Belisario fue el Napoleón del medioevo, realizó fabulosas y casi increíbles campañas militares que lo llevaron desde las nieves de los Alpes hasta los desiertos africanos. Devolvió el sur de Italia, Sicilia, Palestina, el norte de África y la Dalmacia al imperio. Pero sobre todo, Belisario venció al imperio Sasanio, ubicado en lo que ahora es Irák, y el cual era el enemigo endémico de Bizancio. Toda la capital imperial grito su nombre victorioso. Belisario pudo vencer a todos los ejércitos, pero no pudo vencer las intrigas palaciegas que la emperatriz y su propia esposa, Antonia, planearon contra él. (Gran parte de lo que sabemos de Belisario, que no es mucho, proviene de los escritos del historiador Procopius ).
Al regreso de su campaña en Chipre el emperador Justiniano, motivado en parte por la envidia y en parte por el gran poder y prestigio de Belisario, ordeno apresarlo, torturarlo y sacarle los ojos. Después de muchos años en prisión, Belisario fue liberado tras la muerte del emperador, pero ya sólo era un anciano pobre, débil y ciego, el cual no tuvo más remedio que pedir limosna sentado frente a las puertas de la catedral de Santa Sofía en Constantinopla.
Un día mientras pedía limosna un hombre dejo caer en la mano del anciano una moneda, Belisario la palpó con avidez y asombro pues reconoció el perfil grabado en una de sus caras. Era su misma efigie: él había mandado grabar esa moneda para celebrar una brillante victoria hacía mucho tiempo, cuando comandaba un ejército de setenta mil hombres y era el dueño del mundo.
La Ilíada, el libro primario de Occidente, está escrito en hexámetros, es decir en epítetos rimados de doce sílabas. Homero no participó en la toma de Troya, cuando escribió el canto ya habían pasado más de cuatrocientos años desde que Aquiles persiguiera a Héctor alrededor de las divinas murallas. (Es como si un contemporáneo nuestro compusiera un canto sobre la caída de Tenochtitlán).
Históricamente hablando, La Ilíada tuvo lugar en la edad de bronce, y en efecto, el bronce abunda en las descripciones que hace Homero de los utensilios y las vestimentas de aquel entonces. En esos lejanos tiempos, lo más valioso no era el oro sino el hierro, pues era muy resistente y escaso y sólo algunos príncipes podían darse el lujo de poseer flechas con punta de hierro. Como nota al margen, hay que decir que en ese entonces los caballos sólo se usaban para halar carros de guerra, montarlos en el lomo (como hacen los cowboys) les parecía a los griegos un acto ridículo y carente de toda galanura bélica.
En el año 1100 el rey Richard III ascendió al trono irlandés. Su hermano menor montó en cólera pues deseaba un reino para sí y por ello fue a Noruega a convencer al rey Magnus que lo ayudara a invadir Irlanda y destronar a su hermano. El rey accedió, embarco a sus hombres y los ejércitos tomaron posición en una verde llanura irlandesa.
Unas horas antes de la batalla el rey Richard envió un mensajero para decirle a su hermano que estaba dispuesto a compartir el reino con él, pues después de todo era su hermano, los condados de la Irlanda del norte serían para él. El hermano menor respondió que él aceptaba el trato, pero a su vez preguntó qué tierras se le ofrecían a su amigo, el rey Magnus. La histórica respuesta de Richard es célebre: "a él le ofrezco siete pies de tierra irlandesa, y un poco más, ya que es tan alto". El hermano menor rechazó la oferta. Esa tarde, los cadáveres del rey Magnus de Noruega y del príncipe irlandés yacían en el campo de batalla.
Los siete pies de tierra, como referencia retórica a la muerte, abunda en toda la literatura occidental, y así, Fray Pedro de Reyes, poeta del siglo XVI, dice:
5) El espejo, como forma de lo mágico y lo horroroso forma parte de la mitología personal borgiana. "Odio los espejos y la cópula porque multiplican a los hombres" se lee en el cuento Orbis Tertius.
6) "La muerte, es sólo un olvido definitivo" decía Borges. Pero ciertamente, en otras páginas, Borges utiliza la metáfora de que Hipnos, el sueño, es el hermano menor de Tánatos, el dios de la muerte. De modo que la última línea del poema, es el olvido al que vas todos los días, puede entenderse de dos maneras: como el sueño que "nos cubre y absuelve" cada noche o como el hecho de que todos los días morimos un poco, pues la muerte nos desgasta cada minuto, incesante.
El poema “A quien ya no es joven” es un poema borgiano, pues en él se reflejan todas las dudas acerca del valor y el sentido de la vida y la impotencia de los hombres al intentar dirigir su destino. La existencia, después de todo, no es más que un trágico escenario donde se sufre y se muere sin un porqué, somos hijos del azar, el silencio y el caos. Otro aspecto borgiano: aunque nunca se le menciona, se puede sentir la fuerte presencia de Schopenhauer en el poema.