Gertrudis Gómez de Avellaneda

A la esperanza

¡Mágico nombre que el mortal adora!
Sueño feliz de encanto y de ilusión,
Tú, cuya luz al porvenir colora,
Tú, cuyo aroma embriaga al corazón:
 
Supremo bien que el cielo bondadoso
Otorgar quiso al infeliz mortal,
Cual en desierto estéril, arenoso,
Hizo nacer un puro manantial:
 
Eres de Dios la paternal sonrisa,
Eres el don de su divino amor,
Más suave que el murmullo de la brisa
Más dulce que el aroma de la flor.
 
Eres un ángel que acompaña al hombre
Desde la cuna al fúnebre ataúd,
A la inocencia hechizas con tu nombre,
Alientas con tu voz a la virtud.
 
Tú sola das un bálsamo divino
Al lacerado y yermo corazón,
Y de la vida en el erial camino
Tuyas las flores que se encuentran son.
 
Hasta en la losa de la tumba fría
Vierte tu luz divina claridad,
Y al penetrar en m mansión sombría
El hombre espera inmensa eternidad.
 
Por ti el guerrero de su hogar querido
Corre al combate con heroico ardor,
Y del cañón el hórrido estampido
Escucha sin espanto ni temor.
 
Tuya es la voz que le promete gloria,
Tuyo el afán que se despierta en él,
Mostrándole una página en la historia
Y una corona eterna de laurel.
 
Al marinero que en el frágil leño
Surca el imperio del terrible mar,
Tú le prometes de tesoros dueño
A la patria querida retornar.
 
¡Ay! tú también delirio lisonjero
Siempre serás del triste trovador,
Tú de su vida el áspero sendero
Perfumarás con encantada flor.
 
Tuya es la voz, que escucha enardecido,
Que le revela un alto porvenir,
Y de las leyes del eterno olvido
Intenta audaz un nombre redimir.
 
En vano envuelta en el inmundo cieno
La envidia exhala su infernal vapor,
En vano vierte insana su veneno,
En vano lanza el grito detractor.
 
Que cuando se alza en el brillante cielo
Mirando al sol el águila real,
No ve al reptil que en el oscuro suelo
Clavarle intenta su aguijón fatal.
 
           * * *
 
   Y tú, tierno amante:
Que triste suspiras
De ausencia las iras
De olvido el rigor,
   ¿Qué bálsamo suave
Mitiga tu pena,
Y encanta y serena
Tú acerbo dolor?...
 
   ¡Tú sola, Esperanza!
Tu influjo divino
Del crudo destino
Se sabe burlar.
   No temen tus flores
La fuerza del hielo,
Y en árido suelo
Las haces brotar.
 
           * * *
 
Ven, pues, ¡oh Diva! tu favor imploro,
Muéstrame ya tu seductora faz...
¡Ah! no te pido ni el laurel, ni el oro,
Sólo ambiciono sosegada paz.
 
Déjame ver en venidero día
Una choza pajiza entre verdor,
Mientras trinando en la enramada umbría
Las aves canten su inocente amor.
 
Allá me ofrece la apacible calma
Exenta de temor y de inquietud,
Descanso dulce que apetece el alma,
Supremo bien que anhela la virtud.
 
De las ciudades el ambiente impuro
No osará, no, mi asilo penetrar,
Ni de un palacio el ostentoso muro
La luz del sol me llegará a robar.
 
No veré allí ni mármoles ni bronces
Que presten su dureza al corazón,
Y libre siendo por mi bien entonces,
Me inspirarán sus dueños compasión.
 
No allí la envidia arrastrará su planta,
Ni la calumnia elevará su voz,
Ni la perfidia, que al herir encanta,
Allí estará, ni la codicia atroz.
 
Ni allí abrasada de la fiebre impía
Beberá el alma en turbio cenagal,
Ni en el silencio de la noche umbría
Oiré el rumor de inmundo bacanal.
 
Ni veré frentes pálidas, marchitas,
Surcadas ¡ay! en tierna juventud,
Cual si de Dios por el furor malditas
Ansiasen ya la paz del ataúd.
 
Mas en la tarde, al margen del arroyo,
Veré cansado al labrador pasar,
Del pueblo honor, de su familia apoyo,
Que alegre torna a su tranquilo hogar:
 
Y del ganado escucharé el balido,
Y allá distante el compasado son
Con que se anuncia al ánimo abatido
La hora feliz de calma y oración.
 
Sauces dolientes, palmas solitarias,
Templos serán, no ingratos al Señor,
Donde dirija al cielo mis plegarias,
Cual puro aroma de inocente flor.
 
Será la grama mi alfombrado suelo,
Tendré do quier magnífico dosel,
Harán las hojas su vistoso velo
Y flores mil resaltarán en él.
 
Y mientras duerma en el modesto lecho
No sentiré latir el corazón,
Ni conturbarse mi agitado pecho
Con sueños ¡ay! de gloria ni ambición.
 
Al despertar con las pintadas aves
Saldré a los campos, saludando al sol,
Y entre perfumes cándidos, suaves,
Me embriagaré de luz y de arrebol.
 
Para mi mesa ofrecerá la oveja
Su blanca leche, y frutas el verjel,
Agua la fuente, y la industriosa abeja
Panales mil de perfumada miel.
 
¡Ay! este cuadro, en que descansa el alma,
Pinta, Esperanza, en mágico cristal,
Y en dulce sueño de inocencia y calma
Deja que olvide el ruido mundanal.
 
Deja que alegre tus promesas crea,
Deja que venza al desaliento atroz,
Aunque mentida mi ventura sea,
Aunque desmienta el porvenir tu voz.
 
           * * *
 
Y pasen del mundo
Placeres risueños.
De gloria los sueños.
De amor la ilusión;
Y pasen las voces
Del frío ateísmo,
Que arroja el abismo
De estéril razón.
 
Y pasen pugnando
Las viejas naciones,
Queriendo eslabones
Eternos romper,
Y oprima el tumulto
Legítimo dueño,
Y tiemble del ceño
De intruso poder.
 
Y pasen del hombre
Locuras, dolores.
Blasfemias, furores,
Proyectos sin fin.
Veré solamente,
Mecida en tus alas,
Mi choza, las galas
Del bello jardín.
 
Y en vano del mundo
La pompa engañosa
Mi paz venturosa
Querrá perturbar.
Seré a su atractivo,
Que al necio alucina,
Del monte la encina,
La roca del mar.

1841

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