Y la muerte bailaba en mi habitación, sonriente,
mirándome desde la ventana.
Se quedaba a platicar conmigo de vez en cuando,
pero no me asustaba,
hablábamos precisamente de aquello que nos incumbe a ambas: la vida,
y tanto de ella que en mi arrogancia ignoraba.
Y la muerte recitaba poesía, me cantaba,
tomaba mis miedos y los convertía en polvo, los desvanecía,
después de ti muerte, no queda nada, yo le decía,
ni un intento siquiera me quedaría.
Y la muerte lloraba, me mostraba mis fantasmas,
“corre el tiempo” me decía, mientras veía el oscuro reloj que portaba,
por un instante recordé que mi corazón aún es latiente,
que soy sólo una creación ciertamente mortal, del mundo una fugaz visitante natural.
Y la muerte se enfadaba,
con cierta maternidad me regañaba,
dónde están mis atenciones, dónde están mis intenciones...
después de pensar en ti, muerte, todas retoman su lugar,
soy justa parte de la tierra y parte espiritual.
Y la muerte apuntó a la luna,
compartimos su bella luz,
rodeadas del silencio, una total plenitud,
en paz,
sin la presión de la multitud... sin más.
Y la muerte me miró,
tomó mis manos y me suplicó
le prometí que un día le permitiría tomarme,
consciente en mi corazón lo reconozco inevitable y condicionó mi estadía,
me dijo “vive, entrega, ama, sé amable”
Y la muerte aquella noche me pidió tener una vida inolvidable.